domingo, 22 de diciembre de 2013

Dafnis y Cloe - Longo

Tocando él así una siesta, y reposando a la sombra el ganado, Cloe hubo de quedarse dormida. Y no bien lo advirtió Dafnis, dejó la flauta para mirarla toda, sin hartarse de mirarla; y ya sin avergonzarse de nada, dijo en voz baja de este modo: << ¡Cómo duermen sus ojos!, ¡Cómo alienta su boca! Ni las frutas ni el tomillo huelen mejor; pero no me atrevo a besarla. Su beso pica en el corazón y vuelve loco como la miel nueva. ¡Oh parlaras cigarras! ¿No la dejaréis dormir con vuestros chirridos? ¿Y estos pícaros chivos, que alborotan peleando a cornadas? ¡Oh, lobos, más cobardes que zorras! ¿Por qué no venís a robarlos?>>.


Cloe se complació con la idea de volver a ver por la mañana a Dafnis, y Dafnis, lleno de satisfacción por dormir con el padre de Cloe, lo abrazó y besó muchas veces, soñando que a Cloe abrazaba y besaba.

sábado, 31 de agosto de 2013

Memoria de mis putas tristes - G. García Márquez

“El año de mis noventa años quise regalarme una noche de amor loco con una adolescente virgen.”
“No tengo que decirlo, porque se me distingue a leguas: soy feo, tímido y anacrónico. Pero a fuerza de no querer serlo he venido a simular todo lo contrario.”
“[…] visto desde hoy, aquél fue el principio de una nueva vida a una edad en que la mayoría de los mortales están muertos.”
“Nunca hice nada distinto de escribir, pero no tengo vocación ni virtud de narrador, ignoro por completo las leyes de la composición dramática, y si me he embarcado en esta empresa es porque confío en la luz de lo mucho que he leído en la vida.”
“Cicerón lo ilustró de una plumada: No hay un anciano que olvide dónde escondió su tesoro.”
“Nunca me he acostado con una mujer sin pagarle, y a las pocas que no eran del oficio las convencí por la razón o por la fuerza de que recibieran la plata aunque fuera para botarla en la basura.”
“La única relación extraña fue la que mantuve durante años con la fiel Damiana. Era casi una niña, aindiada, fuerte y montaraz, de palabras breves y terminantes, que se movía descalza para no disturbarme mientras escribía. Recuerdo que yo estaba leyendo La lozana andaluza en la hamaca del corredor, y la vi por casualidad inclinada en el lavadero con una pollera tan corta que dejaba al descubierto sus corvas suculentas. Presa de una fiebre irresistible, se la levanté por detrás, le bajé las mutandas hasta las rodillas y la embestí en reversa. Ay, señor, dijo ella, con un quejido lúgubre, eso no se hizo para entrar sino para salir. Un temblor profundo le estremeció el cuerpo, pero se mantuvo firme. Humillado por haberla humillado quise pagarle el doble de lo que costaban las más caras de entonces, pero no aceptó ni un ochavo, y tuve que aumentarle el sueldo con el cálculo de una monta al mes, siempre mientras lavaba la ropa y siempre en sentido contrario.”
“Por esa vía, cómo no, descubrí también que mi celibato inconsolable o atribuían a una pederastia nocturna que se saciaba con los niños huérfanos de la calle del Crimen. He tenido la fortuna de olvidarlo, entre otras buenas razones porque también conocí lo bueno que se decía de mí, y lo aprecié en lo que valía. “
“Yo caminaba ansioso de que me tragara la tierra dentro de mi atuendo de filipichín, pero nadie se fijó en mí, salvo un mulato escuálido que dormitaba en el portón de una casa de vecindad.
- Adiós, doctor- me gritó con todo el corazón-, ¡feliz polvo!
¿Qué podía hacer sino darle las gracias? Tuve que detenerme por tres veces para recobrar el respiro antes de alcanzar la última cuesta. Desde allí vi la enorme luna de cobre que se alzaba en el horizonte, y una urgencia imprevista del vientre me hizo temer por mi destino, pero pasó de largo. Al final de la calle, donde el barrio se convertía en un bosque de árboles frutales, entré en la tienda de Rosa Cabarcas.”
“Hasta donde me acuerdo tenías una tranca de galeote, me dijo. ¿Cómo se porta? Me escapé por la tangente: Lo único distinto desde que no nos vemos es que a veces me arde el culo.”
“No había escapatoria. Entré en el cuarto con el corazón desquiciado, y vi a la niña dormida, desnuda y desamparada en la enorme cama de alquiler, como la parió su madre. Yacía de medio lado, de cara a la puerta, alumbrada desde el plafondo por una luz intensa que no perdonaba detalle. Me senté a contemplarla desde el borde de la cama con un hechizo de los cinco sentidos. Era morena y tibia. La habían sometido a un régimen de higiene y embellecimiento que no descuidó ni el vello incipiente del pubis.”
“Me desvestí y dispuse las piezas como mejor pude en el perchero para no dañar la seda de la camisa y el planchado del lino. Oriné en el inodoro de cadena, sentado y como me enseñó desde niño Florina de Dios para que no se mojara los bordes de la bacinilla, y todavía, modestia aparte, con un chorro inmediato y continuo de potrocerrero.”
“Delgadina, alma mía, le suplique ansioso. Delgadina. Ella lanzó un gemido lúgubre, escapó de mis muslos, me dio la espalda y se enroscó como un caracol en su concha. La pócima de valeriana debió ser tan eficaz para mí como para ella, porque nada pasó, ni a ella ni a nadie. Pero no me importo. Me pregunté de qué servía despertarla, humillado y triste como me sentía, y frío como un lebranche.”
“Aquella noche descubrí el placer inverosímil de contemplar el cuerpo de una mujer dormida sin los apremios del deseo o los estorbos del pudor.”
“Hice mi deposición puntual todavía con los ardores de la luna llena, y cuando solté la cadena del agua sentí que mis rencores del pasado se fueron por los albañales. Cuando volví fresco y vestido al dormitorio, la niña dormía bocarriba a la luz conciliadora del amanecer, atravesada de lado a lado de la cama, con los brazos abiertos en cruz y dueña absoluta de su virginidad. Que Dios te la guarde, le dije. Toda la plata que me quedaba, la suya y la mía, se la puse en la almohada, y me despedí por siempre jamás con un beso en la frente. La casa, como todo burdel al amanecer, era lo más cercano al paraíso. Salí por el portón del huerto para no encontrarme con nadie. Bajo el sol abrasante de la calle empecé a sentir el peso de mis noventa años, y a contar minuto a minuto los minutos de las noches que me hacían falta para morir.”
“[…] y el diccionario de latín, que por ser la madre de las otras dos lo considero mi lengua natal.”
“No pude dormir por el presagio de algo irremediable. Desde la madrugada empecé a contar el paso de las horas en el reloj de la catedral, hasta las siete campanadas temibles con que debía estar en la iglesia. El timbre del teléfono empezó a las ocho; largo, tenaz, impredecible, durante más de una hora. No sólo no contesté: no respiré. Poco antes de la diez llamaron a la puerta, primero con el puño, y luego con gritos de voces conocidas y abominadas. Temía que la derribaran por algún percance grave, pero hacia las once la casa quedó en el silencio erizado que sucede a las grandes catástrofes. Entonces lloré por ella y por mí, y recé de todo corazón para no encontrarme con ella nunca más en mis días. Algún santo me oyó a medias, pues Ximena Ortiz se fue del país esa misma noche y no volvió hasta unos veinte años después, bien casada y con los siete hijos que pudieron ser míos.”
“A quien me lo pregunta, le contesto siempre con la verdad: las putas no me dejaron tiempo para ser casado.”
“Dígame una cosa, Damiana: ¿de qué se acuerda? No estaba acordándome de nada, dijo ello, pero su pregunta me lo recuerda. Sentí una opresión en el pecho. Nunca me he enamorado, le dije. Ella replicó en el acto: Yo sí. Y terminó sin interrumpir su oficio: Lloré veintidós años por usted. El corazón me dio un salto. Buscando una salida digna, le dije Hubiéramos sido una buena yunta. Pues hace mal en decírmelo ahora, dijo ella, porque ya no me sirve ni de consuelo. Cuando salía de la casa, me dijo del modo más natural: Usted no me creerá, pero sigo siendo virgen, a dios gracias.
“Poco después descubrí que me había dejado floreros de rosas rojas por toda la casa, y una tarjeta en la almohada: Le deseo que llegue a los sien.”
“Cuando dieron las siete en la catedral, había una estrella sola y límpida en el cielo de color de rosas, un buque lanzó un adiós desconsolado y sentí en la garganta el nudo gordiano de todos los amores que pudieron ser y no fueron. No soporté más. Descolgué el teléfono con el corazón en la boca, marqué los cuatro números muy despacio para no equivocarme, y al tercer timbrazo reconocí la voz. Bueno, mujer, le dije con un suspiro de alivio: Perdóname el berrinche de esta mañana […]”
“Nunca olvidé su mirada sombría mientras desayunábamos: ¿Por qué me conociste tan viejo? Le contesté la verdad: La edad no es la que uno tiene sino la que uno siente.”
“Hay un cuadro en la pared de enfrente, le dije. Lo pintó Figurita, un hombre a quien quisimos mucho, el mejor bailarín de burdeles que existió jamás, y de tan buen corazón que le tenía lástima al diablo. Lo pintó con barniz de buques en el lienzo chamuscado de un avión que se estrelló en la Sierra Nevada de Santa Marta y con pinceles fabricados por él con pelos de su perro. La mujer pintada es una monja que secuestró de un convento y se casó con ella. Aquí lo dejo, para que sea lo primero que veas al despertar.”
“Descubrí que mi obsesión de que cada cosa estuviera en su puesto, cada asunto en su tiempo, cada palabra en su estilo, no era el premio merecido de una mente en orden, sino al contrario, todo un sistema de simulación inventado por mí para ocultar el desorden de mi naturaleza. Descubrí que no soy disciplinado por virtud, sino como reacción contra mi negligencia; que parezco generoso por encubrir mi mezquindad, que me paso de prudente por mal pensado, que soy conciliador para no sucumbir a mis cóleras reprimidas, que sólo soy puntual para que no se sepa cuán poco me importa el tiempo ajeno. Descubrí, en fin, que el amor no es un estado del alma sino un signo del zodíaco.
Me volví otro. Traté de releer los clásicos que me orientaron en la adolescencia, y no pude con ellos. Me sumergí en las letras románticas que repudié cuando mi madre quiso imponérmelas con mano dura, y por ellas tomé conciencia de que la fuerza invencible que ha impulsado el mundo no son los amores felices sino los contrariados.”
“Obnubilado por la evocación inclemente de Delgadina dormida, cambié sin la menor malicia el espíritu de mis notas dominicales. Fuera cual fuera el asunto las escribía para ella, las reía y las lloraba para ella, y en cada palabra se me iba la vida.”
“Le salí al paso: El sexo es el consuelo que uno tiene cuando no le alcanza el amor.”
“Antes de volver a casa al día siguiente escribí en el espejo con el lápiz de labios: Niña mía, estamos solos en el mundo.”
“Empecé a leerle El principito de Saint-Exupéry, una utor francés que el mundo entero admira más que los franceses. Fue el primero que la entretuvo sin despertarla, hasta el punto que tuve que ir dos días continuos para acabar de leérselo. Seguimos con los Cuentos de Perrault, La historia sagrada, Las mil y una noches en una versión desinfectada para niños, y por las diferencias entre uno y otro me di cuenta de que su sueño tenía diversos grados de profundidad según su interés por las lecturas. Cuando sentía que había tocado fondo, apagaba la luz y me dormía abrazado a ella hasta que cantaban los gallos.”
“Me pregunté asombrado: ¿Qué piensa una mujer mientras pega un botón? ¿Pensaba en mí? ¿También ella buscaba a Rosa Cabarcas para dar conmigo?”
“Siempre había entendido que morirse de amor no era más que una licencia poética. Aquella tarde, de regreso a casa otra vez sin el gato y sin ella, comprobé que no sólo era posible morirse, sino que yo mismo, viejo y sin nadie, estaba muriéndome de amor. Pero también me di cuenta de que era válida la verdad contraria: no habría cambiado por nada del mundo las delicias de mi pesadumbre.”
“A las diez de la noche, tembloroso y con los labios mordidos para no llorar, fui cargado de cajas de chocolates suizos, turrones y caramelos, y una canasta de rosas ardientes para cubrir la cama. La puerta estaba entreabierta, las luces encendidas y en el radie se diluía a medio volumen la sonata número uno para violín y piano de Brahms. Delgadina en la cama estaba tan radiante y distinta que me costó trabajo reconocerla. Había crecido, pero no se le notaba en la estatura sino en una madurez intensa que la hacía parecer con dos o tres años más, y más desnuda que nunca. Sus pómulos altos, la piel tostada por soles de mar bravo, los labios finos y el cabello corto y rizado le infundían a su rostro el resplandor andrógino del Apolo de Praxíteles. Pero no había equívoco posible, porque sus senos habían crecido hasta el punto de que no me cabían en la mano, sus caderas se habían acabado de formar y sus huesos se habían vuelto más firmes y armónicos. Me encantaron aquellos aciertos de la naturaleza, pero me aturdieron los artificios: las pestañas postizas, las uñas de las manos y los pies esmaltadas de nácar, y un perfume de a dos cuartillos que no tenía nada que ver con el amor. Sin embargo, lo que me sacó de quicio fue la fortuna que llevaba encima: pendientes de oro con gajos de esmeraldas, un collar de perlas naturales, una pulsera de oro con resplandores de diamantes, y anillos con piedras legítimas en todos los dedos. En la silla estaba su traje de nochera con lentejuelas y bordados, y las zapatillas de raso. Un vapor raro me subió de las entrañas.
- ¡Puta! – grité.
Pues el diablo me sopló en el oído un pensamiento siniestro. Y fue así: la noche del crimen Rosa Cabarcas no debió tener tiempo ni serenidad para prevenir a la niña, y la policía la encontró en el cuarto, sola, menos de edad y sin coartada. Nadie igual a Rosa Cabarcas para una situación como aquélla: le vendió la virginidad de la niña a alguno de sus grandes cacaos a cambio de que a ella la sacaran limpia del crimen. Lo primero, claro, fue desaparecer mientras se aplacaba el escándalo. ¡Qué maravilla! Una luna de miel para tres, ellos dos en la cama, y Rosa Cabarcas en una terraza de lujo disfrutando de su impunidad feliz. Ciego de una furia insensata, fui reventando contra las paredes cada cosa del cuarto: las lámparas, el radio, el ventilador, los espejos, las jarras, los vasos. Lo hice sin prisa, pero sin pausas, con un grande estropicio y una embriaguez metódica que me salvó la vida. La niña dio un salto al primer estallido, pero no me miró, sino que se enroscó de espaldas a mí, y así permaneció con espasmos entrecortados hasta que cesó el estropicio. Las gallinas en el patio y los perros de la madrugada aumentaron el escándalo. Con la cegadora lucidez de la cólera tuve la inspiración final de prenderle fuego a la casa, cuando apareció en la puerta la figura impasible de Rosa Cabarcas en camisa de dormir. No dijo nada. Hizo con la vista el inventario del desastre y comprobó que la niña estaba enroscada sobre sí misma como un caracol y con la cabeza escondida entre los brazos: aterrada pero intacta.
- ¡Dios mío!- exclamó Rosa Cabarcas-. ¡Qué no hubiera dado yo por un amor como éste!
Me midió de cuerpo entero con una mirada de misericordia, y me ordenó: Vamos. Le seguí hasta la casa, me sirvió un vaso de agua en silencio, me hizo una seña de que me sentara frente a ella, y me puso en confesión. Bueno, me dijo, ahora pórtate como un adulto y cuéntame: ¿qué te pasa?
Le conté con lo que tenía como mi verdad revelada. Rosa Cabarcas me escuchó en silencio, sin asombro, y por fin pareció iluminada. Qué maravilla, dijo. Siempre he dicho que los celos saben más que la verdad. Y entonces me contó la realidad sin reservas. Em efecto, dijo, en su ofuscación de la noche del crimen, se había olvidado de la niña dormida en el cuarto. Uno de sus clientes, abogado del muerto, además, repartió prebendas y sobornos a cuatro manos, e invitó a Rosa Cabarcas a un hotel de reposo a Cartagena de las Indias, mientras se disipaba el escándalo. Créeme, dijo Rosa Cabarcas, que en todo este tiempo no dejé de pensar ni un momento en ti y en la niña. Volví antier y lo primero que hice fue llamarte por teléfono, pero nadie contestó. En cambio la niña vino enseguida, y en tan mal estado que te la bañé, te la vestí y te la mandé al salón de belleza con la orden de que la arreglaran como una reina. Ya viste cómo: perfecta. ¿La ropa de lujo? Son los trajes que es alquilo a mis pupilas más pobres cuando tienen que ir a bailar con sus clientes. ¿Las joyas? Son las mías, dijo: Basta con tocarlas para darse cuenta de que son diamantes de vidrio y estoperoles de hojalata. De modo que no jodas, concluyó: Anda, despiértala, pídele perdón, y hazte cargo de ella de una vez. Nadie merece ser más feliz que ustedes.
Hice un esfuerzo sobrenatural para creerle, pero pudo más el amor que la razón. ¡Putas!, le dije, atormentado por el fuego vivo que me abrasaba las entrañas. ¡Eso es lo que son ustedes!, grité: ¡Putas de mierda! No quiero saber nada más de ti, ni de ella. Le hice desde la puerta una señal de adiós para siempre. Rosa Cabarcas no lo dudó.
- Vete con Dios- me dijo con un rictus de tristeza, y volvió a su vida real-. De todos modos te pasaré la cuenta del desmadre que me hiciste en el cuarto.”

“Leyendo Los idus de marzo encontré una frase siniestra que el autor atribuye a Julio César: Es imposible no terminar siendo como los otros creen que uno es. No pude comprobar su verdadero origen en la propia obra de Julio César ni en las obras de sus biógrafos, desde Suetonio hasta Carcopino, pero valió la pena conocerla. Su fatalismo aplicado al curso de mi vida en los meses siguientes fue lo que me dio la determinación que me hacía falta no sólo para escribir esta memoria, sino para empezarla sin pudores con el amor de Delgadina.”
“[…] Ella me oyó el desahogo como si estuviera viviéndolo, lo rumió muy despacio, y por fin sonrió.
- Haz lo que quieras, pero no pierdas a esa criatura- me dijo-. No hay peor desgracia que morir solo.

[…]
Hoy miro para atrás, veo la fila de miles de hombres que pasaron por mis camas, y daría el alma por haberme quedado aunque fuera con el peor. Gracias a Dios, encontré a mi chino a tiempo. Es como estar casada con el dedo meñique, pero es sólo mío.
Me miró a los ojos, midió mi reacción a lo que acababa de contarme, y me dijo: Así que vete a buscar ahora mismo a esa pobre criatura aunque sea verdad lo que te dicen los celos, sea como sea, que lo bailado no te lo quita nadie. Pero eso sí, sin romanticismos de abuelo. Despiértala, tíratela hasta por las orejas con esa pinga de burro con que te premió el diablo por tu cobardía y tu mezquindad. En serio, terminó con el alma: no te vayas a morir sin probar la maravilla de tirar con amor.”
“Cuando por fin logré abrirme camino empapado de sudor a través de los abrazos y las fotos, en encontré de manos a boca con Ximena Ortiz, como una diosa de cien años en la silla de ruedas. […] He soñado durante años con este momento, le dije. Ella no pareció entender. ¡No me digas!, dijo. ¿Y tú quién eres? No supe nunca si en verdad lo había olvidado o si fue la venganza final de su vida.”
“- Ay mi sabio triste, está bien que estés viejo, pero no pendejo- dijo Rosa Cabarcas muerta de risa-. Esa pobre criatura está lela de amor por ti.”

miércoles, 21 de agosto de 2013

Vacas, cerdos, guerras y brujas - Marvin Harris

- El macho salvaje

“El infanticidio femenino es una manifestación de la supremacía del varón. […] Me inclino hacia el punto de vista del movimiento de liberación de la mujer que sostiene que la “anatomía no es el destino”, dando a entender que la diferencias sexuales innatas no pueden explicar la distribución desigual de privilegios y poderes entre hombres y mujeres. […]
Somos la especie más peligrosa del mundo, no porque tengamos los dientes más grandes, las garras más afiladas, los aguijones más venenosos o la piel más gruesa, sino porque sabemos cómo proveernos de instrumentos y armas mortíferas que cumplen las funciones de dientes, garras, aguijones y piel con más eficacia que cualquier simple mecanismo anatómico. Nuestra principal forma de adaptación biológica es la cultura, no la anatomía.”

“Las mujeres controlan la crianza, y gracias a ello pueden modificar potencialmente cualquier estilo de vida que las amenace. […] Tienen el poder de sabotear la “masculinidad” de los varones. […] Dios sería llamado ELLA, y finalmente, esperaría que la forma de matrimonio ideal y más prestigioso sería la poliandria, en la cual una sola mujer controla los servicios sexuales y económicos de varios hombres”.

“Friedrich Engels, creía que las sociedades modernas habían pasado por una fase de matriarcado en la cual la filiación se trazaba exclusivamente por la línea femenina y en la que las mujeres dominaban políticamente a los hombres. En la actualidad, muchos movimientos de liberación de la mujer continúan creyendo en este mito y en sus consecuencias. Probablemente, los varones subordinados rechazaron y derrocaron a las matriarcas, y les arrebataron sus armas, estando entonces conspirando para explotar y degradar al sexo femenino. […] Hay un planteamiento incorrecto en esta teoría: nadie ha podido demostrar jamás un solo caso que fuera representativo del verdadero matriarcado.”

“Para comprender la relación existente entre machismo y guerra es mejor que examinemos los estilos de vida de un grupo específico de sexistas militares primitivos. He elegido a los yanomamo, un grupo tribal de unos 10000 amerindios que habita en la frontera entre Brasil y Venezuela. Napoleon Chagnon, profesor de la Universidad Estatal de Pensilvania y principal etnógrafo de los yanomamo, los ha denominado “el pueblo feroz”. […] El varón yanomamo típico alcanza la madurez con el cuerpo cubierto de heridas y cicatrices como consecuencia de innumerables peleas, duelos e incursiones militares. Aunque desprecian mucho a las mujeres, los hombres yanomamo siempre están peleándose por actos reales o imaginarios de adulterio y por promesas incumplidas de proporcionar esposas. También el cuerpo de las mujeres yanomamo se halla cubierto de cicatrices, la mayor parte de ellas producto de encuentros violentos con seductores, violadores y maridos. Ninguna mujer yanomamo escapa a la tutela brutal del típico esposo-guerrero yanomamo, fácilmente encolerizable y aficionado a las drogas. Todos los hombres yanomamo abusan físicamente de sus esposas. Los esposos amables sólo las magullan y mutilan; los feroces, las hieren y matan.
Un modo favorito de intimidar a la esposa es tirar de los palos de caña que las mujeres llevan a modo de pendientes en los lóbulos de las orejas. Un marido irritado puede tirar con tanta fuerza que el lóbulo se desgarra. Durante el trabajo de campo de Chagnon, un hombre que sospechaba que su mujer había cometido adulterio fue más lejos y le cortó las dos orejas. En una aldea cercana, otro marido arrancó un trozo de carne del brazo de su mujer con un machete. Los hombres esperan que sus esposas les sirvan, a ellos y a sus huéspedes, y respondan con prontitud y sin protestar a todas sus exigencias. Si una mujer no obedece con bastante prontitud, su marido le puede pegar con un leño, asestarle un golpe con un machete o aplicar una brasa incandescente en su brazo. Si un marido está realmente encolerizado, puede disparar una flecha con lengüeta contra las pantorrillas o nalgas de su esposa. […] Un hombre llamado Paruriwa, furioso porque su mujer tardaba mucho en complacerle, cogió un hacha y la intentó golpear con ella. Su mujer esquivó el golpe y se alejó gritando. Paruriwa le arrojó el hacha, que pasó silbando junto a su cabeza. Entonces la persiguió con su machete y logró desgarrarle la mano antes de que pudiera intervenir el jefe de la aldea. […] Chagnon piensa que algo de esto tiene que ver con la necesidad sentida por los hombres de demostrarse unos a otros que son capaces de matar.”


“Hasta los parientes próximos recurren con frecuencia a combates armados para resolver sus disputas. Chagnon observó por lo menos un encuentro entre un padre y su hijo. El joven se había comido algunas bananas que su padre había colgado para que maduraran. Cuando se descubrió el hurto, el padre se enfureció, arrancó un palo de los cabrios de su casa y golpeó violentamente la cabeza de su hijo. Éste arrancó otro con el que atacó a su padre. En un momento, toda la gente de la aldea había tomado partido y se asestaban golpes los unos a los otros.”

“Emboscadas, festines traicioneros e incursiones furtivas al amaneces constituyen las modalidades características de la guerra de los yanomamo. Una vez que sobrepasan la fase de jactancia y duelos, su objetivo es matar tantos hombres enemigos y capturar tantas mujeres enemigas como sea posible, sin sufrir ellos ninguna baja. […]
La captura de mujeres durante las incursiones sobre aldeas enemigas es uno de los principales objetivos de la guerra de los yanomamo. Tan pronto como un grupo realiza con éxito una incursión y se siente a salvo de la persecución, los guerreros violan en grupo a las mujeres cautivas. Cuando regresan a su aldea, entregan las mujeres a los hombres que han permanecido en sus hogares; éstos las vuelven a violar en grupo. Después de muchos regateos y discusiones, los incursores asignan las mujeres cautivas como esposas a guerreros particulares. Una de las historias más aterradoras sobre los yanomamo es la relatada por Elena Valero, una mujer brasileña capturada por un grupo incursor cuando tenía 10 años. Poco después, los hombres que la habían capturado comenzaron a pelearse entre sí. Una facción aplastó a la otra, mató a todos los niños pequeños golpeando sus cabezas contra las piedras y se llevaron a las mujeres supervivientes a sus hogares. Elena Valero pasó la mayor parte del resto de su infancia y juventud huyendo de un grupo de incursores para ser capturada por otro, volviendo a huir de éste, ocultándose de sus perseguidores en la jungla, y volviendo a ser capturada y asignada a diferentes maridos. Resultó herida dos veces por flechas con puntas envenenadas con curare, y tuvo varios hijos antes de lograr huir finalmente a un centro misionero situado en el río Orinoco.”

“En la actualidad, los yanomamo exhiben signos inequívocos de su reciente estilo de vida como indios “pie”. No saben cómo construir las canoas o remar con pagayas, aunque sus principales asentamientos se ubican en orillas o cerca de los ríos Orinoco y Mavaca. Pescan poco, aunque estas aguas son habitualmente ricas en peces y animales marinos. No sabe cómo fabricar pucheros de cocinar, aunque los plátanos se preparan mejor cociéndolos. Y finalmente, no saben cómo manufacturar hachas de piedra, aunque en la actualidad dependen de las hachas de acero para plantar sus huertos de plátanos.”

“Los yanomamo “se han comido el bosque” - no sus árboles, sino sus animales – y están sufriendo las consecuencias en forma de intensificación de la guerra, traición e infanticidio, y una brutal vida sexual. […] El hambre de carne es un tema constante en el canto y la poesía de los yanomamo, y la carne es foco de sus festines. Según relató Elena Valero, uno de los pocos medios de que dispone una mujer para poder humillar a un hombre era quejarse de su pobre actuación como cazador. Los cazadores yanomamo deben alejarse cada vez más de las aldeas para no volver con las manos vacías. Son necesarias expediciones de 10 o 12 días para retornar con cantidades importantes de grandes animales. […] La razón práctica y mundana para matar y descuidar sistemáticamente a más niñas que niños no puede consistir sencillamente en que los hombres obligan a las mujeres a hacerlo […]. Pienso que la respuesta tiene que ver con el problema de adiestrar a los seres humanos a ser despiadados y feroces. A mi modo de ver, hay dos estrategias clásicas que utilizan las sociedades para hacer a la gente cruel. Una es estimular la crueldad ofreciendo alimentos, confort y salud corporal como recompensa a las personalidades más crueles. La otra consiste en otorgarles los mayores privilegios y recompensas sexuales. De estas dos estrategias, la segunda es la más eficaz. […] El sexo es el mejor refuerzo para condicionar personalidades crueles, puesto que la privación sexual aumenta en lugar de disminuir la capacidad de lucha.”

“El mito de la mujer maternal, tierna, pasiva por instinto, es simplemente un eco creado por la mitología machista concerniente a la crueldad instintiva de los hombres. […] Uno u otro sexo debe ser adiestrado a ser dominante. Ambos no pueden serlo a la vez. Embrutecer a ambos equivaldría a provocar una guerra declarada entre los dos sexos.”




- El potlatch

“A principios del siglo actual, los antropólogos se quedaron sorprendidos al descubrir que ciertas tribus primitivas practicaban un consumo y un despilfarro conspicuos que no encontraban parangón ni siquiera en la más despilfarradora de las modernas economías de consumo. Hombres ambiciosos, sedientos de estatus, competían entre sí por la aprobación social dando grandes festines. Los donantes rivales de estos festines se juzgaban unos a otros por la cantidad de comida que eran capaces de suministrar, y un festín tenía éxito sólo si los huéspedes podían comer hasta quedarse estupefactos, salir tambaleándose de la casa, meter sus dedos en la garganta, vomitar, y volver en busca de más comida.
El caso más extraño de búsqueda de estatus se descubrió entre los amerindios que en tiempos pasados habitaban las regiones costeras del sur de Alaska, la Columbia Británica y el actual estado de Washington. Aquí, los buscadores de estatus practicaban lo que parece ser una forma maniaca de consumo y despilfarro conspicuos conocida como potlatch. El objeto del potlatch era donar o destruir más riqueza que el rival. Si el donante del potlatch era un jefe poderoso, podía intentar avergonzar a sus rivales y alcanzar admiración eterna entre sus seguidores destruyendo alimentos, ropas y dinero. A veces llegaba incluso a buscar prestigio quemando su propia casa.”


“Un jefe kwakiutl nunca estaba satisfecho con el respeto que le dispensaban sus propios seguidores y jefes vecinos. Siempre estaba inseguro de su estatus. Es verdad que los títulos de la familia que reivindicaba pertenecían a sus antepasados, pero había otras gentes que podían trazar la filiación desde los mismos antepasados y que tenían derecho a rivalizar con él por el reconocimiento como jefe. Por tanto, todo jefe se creía en la obligación de justificar y validar sus pretensiones a la jefatura, y la manera prescrita de hacerlo era celebrar potlatches. Éstos eran ofrecidos por un jefe anfitrión y sus seguidores en honor de otro jefe, que asistía en calidad de huésped, y sus seguidores. El objeto del potlatch era demostrar que el jefe anfitrión tenía realmente derecho a sus estatus y que era más magnánimo que el huésped. Para ello, donaba al jefe rival y a sus seguidores una gran cantidad de valiosos regalos. Los huéspedes menospreciaban lo que recibían y prometían dar a cambio un nuevo potlatch en el cual su propio jefe demostraría que era más importante que el anfitrión, devolviendo cantidades todavía mayores de regalos de más valor.”

“Según Ruth Benedict, el anhelo de estatus de los jefes kwakiutl era la causa de los potlatch. “Juzgados por las pautas de otras culturas – escribía -, los discursos de sus jefes son pura megalomanía. El objeto de todas las empresas de los kwakiutl era mostrarse superior a los rivales.” Según su opinión, todo el sistema económico aborigen del noreste Pacífico “estaba al servicio de esta obsesión””.

“El potlatch era un medio de comunicar a sus rivales que o igualaban sus logros o se debían callar”.

“Los “grandes hombres” como Atana o los jefes kwakiutl llevan a cabo una forma de intercambio económico conocida como redistribución. Es decir, reúnen los resultados del esfuerzo productivo de muchos individuos y después redistribuyen la riqueza acumulada en cantidades diferentes entre un grupo distinto de personas. “

“En las sociedades realmente igualitarias que han sobrevivido el tiempo suficiente para ser estudiadas por los antropólogos, no aparece la redistribución en forma de donación de festines competitivos. En vez de ello, predomina la forma de intercambio conocida como “reciprocidad”. La reciprocidad es el término técnico para un intercambio económico que tiene lugar entre dos individuos, en el que ninguno especifica con precisión qué es lo que espera como recompensa ni cuándo lo espera.”


“Entre los semai de Malasia central nadie expresa nunca gratitud por la carne que un cazador distribuye en partes exactamente iguales entre sus compañeros. Robert Dentan, quien ha vivido con los semai, descubrió que dar las gracias era de muy mala educación, ya que sugería o bien que uno calculaba el tamaño del trozo de carne recibido, o bien que se mostraba sorprendido por el éxito y generosidad del cazador.”

“Los esquimales explicaban su temor a los donantes de regalos demasiado jactanciosos y generosos con el proverbio: “Los regalos hacen esclavos como los latigazos hacen perros”. Y esto es exactamente lo que sucedió.”

“La redistribución comenzó a aparecer a medida que el trabajo requerido para mantener un equilibrio recíproco con productores muy celosos y sedientos de prestigio fue aumentando. […] Por ejemplo, tras la aparición del capitalismo en la Europa occidental, la adquisición competitiva de riqueza se convirtió una vez más en el criterio fundamental para alcanzar el estatus de “gran hombre”. Sólo que, en este caso, los “grandes hombres” intentaban arrebatarse la riqueza unos a otros, y se otorgaba mayor prestigio y poder al individuo que lograba acumular y sostener la mayor fortuna. Durante los primeros años del capitalismo se confería el mayor prestigio a los que eran más ricos pero vivían más frugalmente. Más adelante, cuando sus fortunas se hicieron más seguras, la clase alta capitalista recurrió al consumo y el despilfarro conspicuos en gran escala para impresionar a sus rivales. Construían grandes mansiones, se vestían con elegancia exclusiva, se adornaban con joyas enormes y hablaban con desprecio de las masas empobrecidas. Entre tanto, las clases media y baja continuaban asignando el mayor prestigio a los que trabajaban más, gastaban menos y se oponían con sobriedad a cualquier forma de consumo y despilfarro conspicuos. Pero como el crecimiento de la capacidad industrial comenzaba a saturar el mercado de los consumidores, había que desarraigar a las clases media y baja de sus hábitos vulgares. La publicidad y los medios de comunicación de masas aunaron fuerzas para inducir a estas clases a dejar de ahorrar y a comprar, consumir y gastar o despilfarrar cantidades de bienes y servicios cada vez mayores. De ahí que los buscadores de estatus de la clase media confirieran el prestigio más alto al consumidor más importante y más conspicuo.”

- El cargo fantasma

“Uno de los primeros europeos que visitó la costa Madang fue un explorador ruso del siglo XIX, llamado Miklouho-Maclay. Tan pronto como el buque ancló en tierra, sus hombres empezaron a distribuir como regalos hachas de acero, rollos de tela y otros objetos de valor. Los nativos decidieron que los hombres blancos eran sus antepasados. Los europeos cultivaron deliberadamente esta imagen no permitiendo nunca que los nativos presenciaran la muerte de un hombre blanco: solían arrojar en secretos sus cuerpos al mar y explicaban que los hombres desaparecidos habían vuelto al cielo.”

“Desde entonces, los nativos celebraron reuniones en las que acordaron que era poco práctico una nueva resistencia armada. Evidentemente, los misioneros conocían el secreto del cargo, así que lo único que los indígenas tenían que hacer era obtener la información de ellos. Los nativos acudieron en tropel a las iglesias y escuelas de la misión, convirtiéndose en cristianos entusiastas y cooperadores. Prestaron gran atención a la siguiente historia: al principio, Dios, llamado Anus en la mitología nativa, creó el cielo y la tierra. Anus dio a Adán y Eva un paraíso repleto de cargo: todas las carnes enlatadas, instrumentos de acero, arroz en bolsas y cerillas que podían utilizar. Cuando Adán y Eva descubrieron el sexo, Anus les arrebató el cargo y envió el diluvio. Anus enseñó a Noé cómo construir un enorme buque de vapor de madera y le nombró su capitán. Sem y Jafet obedecieron a Noé, su padre, pero Cam era estúpido y le desobedeció. Noé le quitó el cargo a Cam y lo envió a Nueva Guinea. Después de haber vivido durante años en la ignorancia y las tinieblas, Anus se apiadó de los hijos de Cam y mandó misioneros para reparar el error de éste, diciendo: “Debéis persuadir a sus descendientes para que vuelvan a mis caminos. Cuando me sigan de nuevo les enviaré el cargo de la misma manera que ahora se lo envío a los hombres blancos”.”

“Un líder del culto llamado Tagarab anunció que los misioneros siempre les habían estado engañando. Jesús era un Dios sin importancia, y el verdadero- el dios del cargo – era una deidad nativa conocida como Kilibob. Los misioneros habían logrado que los nativos rezaran a Anus. Pero Anus era un ser humano ordinario que sólo era el padre de Kilibob, quien a su vez era el padre de Jesús. Kilibon estaba a punto de castigar a los blancos por su perfidia.”

“Cuando la situación militar se deterioró, los japoneses cesaron de pagar los alimentos o el trabajo. Tagarab, que portaba su espada de samurái, protestó, así que fue fusilado. Los “antepasados” empezaron a saquear los huertos de los nativos, los cocotales y las plantaciones de bananas y de caña de azúcar. Robaron hasta el último pollo y cerdo. Después se lanzaron sobre los perros y se los comieron, y cuando se acabaron los perros, cazaron a los nativos y también se los comieron.”

“El cargo era el precio de la lucha por los recursos naturales y humanos de un territorio insular. Cada fragmento de misticismo salvaje se emparejaba con un fragmento de rapacidad civilizada, y la totalidad estaba firmemente fundada en sólidos castigos y recompensas en vez de fantasmas.”



- Mesías:
“Tras la aniquilación de sus seguidores en el asedio de Jotapata, Josefo se rindió y fue conducido ante Vespasiano, general romano, y el hijo de éste, Tito. Josefo [uno de los grandes historiadores del mundo antiguo, autor de La guerra de los judíos y Antigüedades judaicas] anunció que Vespasiano era el mesías que habían estado esperando los judíos, y que tanto Vespasiano como Tito serían emperadores de Roma. En efecto, Vespasiano llegó a ser emperador en el año 69 d.C. y como recompensa por sus palabras proféticas Josefo fue conducido a Roma como parte del séquito del nuevo emperador. Se le otorgó la ciudadanía romana, un aposento en el palacio imperial y una pensión vitalicia en base a la renta de fincas que los romanos habían confiscado como botín de la guerra en Palestina.”

“Durante la fiesta de Pascua en el año 50 d.C., un soldado romano levantó su túnica y se tiró un pedo hacia la multitud de peregrinos y adoradores del templo. Josefo escribe que “los jóvenes más impulsivos y los grupos alborotadores por naturaleza de la multitud se precipitaron hacia la batalla”. Se requirió la presencia de la infantería pesada romana, lo que provocó un pánico gigantesco en el que, según Josefo, murieron pisoteadas 30000 personas (algunos dicen que probablemente eran 3000). El ataque de Jesús contra el templo había coincidido con la peregrinación de Pascua del año 33. Como veremos, la preocupación ante la reacción de las masas de peregrinos como las que perecieron en el pánico del año 50, hizo que las autoridades judías y romanas esperaran la caída de la noche para detener a Jesús.”
“En síntesis: entre los años 40 a.C. y 73 d.C., Josefo menciona por lo menos cinco mesías militares judíos, sin incluir a Jesús o Juan el Bautista. Éstos son: Atrongeo, Teudas, el anónimo “canalla” ejecutado por Félix, el “falso profeta” egipcio judío y Manahem. Pero Josefo alude repetidas veces a otros mesías o profetas de mesías que no se molestan en nombrar o describir. Por añadidura, parece muy probable que el linaje entero de guerrilleros-bandidos zelotes descendientes de Ezequías a través de Judas de Galilea, Manahem y Eleazar, fuera considerado mesías o profetas de mesías por muchos de sus seguidores. En otras palabras, en la época de Jesús, había tantos mesías en Palestina como en la actualidad hay profetas del cargo en los Mares del Sur.”
“La revolución judía contra Roma fue provocada por las desigualdades del colonialismo romano, no por el mesianismo militar judío. No podemos juzgar a los romanos como “más prácticos” o “realistas” simplemente porque fueran los vencedores. Ambas partes emprendieron la guerra por razones prácticas y mundanas. Supongamos de George Washington hubiera perdido la Guerra de la Independencia americana. ¿Tendríamos entonces que concluir que el Ejército Continental fue víctima de una conciencia de estilo de vida irracional entregada a la quimera llamada “libertad”?”

- El secreto del Príncipe de la Paz
“Los Evangelios también indican que algunos discípulos llevaban espadas y estaban dispuestos a oponer resistencia a la detención. Justo antes de ser detenido, Jesús dijo: “El que no tenga espada, que venda su manto y se compre una”. Esto movió a los discípulos a mostrarle dos espadas, lo que indica que al menos dos de ellos no sólo estaban armados habitualmente, sino que habían ocultado sus espadas bajo sus ropas… como los hombres de puñal.”

- La gran locura de las brujas
“Uno de estos predicadores, el hermano Arnoldo, dijo en Suabia que Cristo volvería en el año 1260 y confirmaría el hecho de que el Papa era el Anticristo, y el clero los “miembros” del Anticristo. Todos ellos serían condenados por vivir en el lujo y explotar y oprimir al pobre. Federico II confiscaría entonces la gran riqueza de Roma y la distribuiría entre los pobres, los únicos cristianos verdaderos.”

viernes, 12 de julio de 2013

Agamenón - Esquilo

Tengo enfermos mis ojos, que hasta tan tarde vigilaban, de llorar por la llama mensajera de tu vuelta, que nunca era encendida.

martes, 2 de julio de 2013

Sensibilidad y odio

Soy sensibilidad y soy odio.
Misantropía extrema, con la excepción de muy pocos
a quienes ni siquiera conozco.
Soy sensibilidad porque veo
lo que la gente siente cuando tiene un deseo puro
y verdadero.
Soy odio porque veo la injusticia de los falsos hados
que organizan un reparto
que no es equitativo.
No creo que pueda vivir mucho en un mundo como este.
Aún más si no tengo la opción de retirarme.
Soy sensibilidad y soy odio.
Pero más odio, porque todos odian más que aman, aunque no lo crean.
Psiquiátrico o suicidio, eso es todo.

miércoles, 19 de junio de 2013

La mujer en Esparta

La mujer espartana ha sido considerada una de las mujeres más libres del mundo clásico. El hecho es que por una parte, sí que es cierto que la mujer ateniense no solía actuar de una manera tan independiente como la mujer espartana, aunque el verdadero motivo era la ocupación de sus maridos: Una espartana pasaba la mayor parte de su tiempo sola, pues sus maridos tenían que acudir hasta los sesenta años a las sysytias, comidas en su cuartel militar. Para entender mejor la mentalidad de la espartana, podemos remontarnos a una anécdota que recogió el historiador Plutarco: Una mujer ateniense le preguntó a otra lacedemonia, (que apunta a ser la reina Gorgo, según Plutarco): "¿Cómo es que vosotras la espartanas sois las únicas que dais órdenes a los hombres?". A lo que la espartana le respondió: "Porque somos las únicas que parimos hombres de verdad.”
Lo mismo ocurría no sólo con sus maridos, sino también con sus hijos, pues, cuando partían a la guerra, les recordaban que volvieran o con su escudo, o sobre él, es decir, que debían ser altamente valientes sin importarles su muerte.
Resumiendo, nos encontramos en una sociedad en la cual la mujer podía acceder una educación muy similar a la del varón hasta los siete años, las thiasas, donde establecían una grata relación con sus profesoras, como lo fue la poetisa Safo. Estudiaban gimnasia, unos mínimos estudios humanistas, música y se ejercitaban con un “peplo dorio” o totalmente desnudas junto con los hombres. Se alimentaban bien y no se abstenían del vino, por el contrario, las atenienses se sometían a unas parcas comidas y se abstenían del vino, motivo por el cual Jenofonte sostiene en su obra La constitución de los lacedemonios que nunca engendrarían las mujeres atenienses a seres grandiosos. Contraían matrimonio alrededor de los 20 años, y la finalidad de sus uniones eran básicamente reproductivas: engendrar seres fuertes que siguiesen con la tradición doria. El enlace, llamado “el rapto” remonta al antiguo mito del rapo de Hera por Zeus en Eubea. Después, en su primera unión marital, la joven se vestía con atuendos masculinos, según algunas interpretaciones, para que su marido, acostumbrado a vivir entre hombres, no se traumatizara al ver el cuerpo de una mujer, según otras, porque esto remitía a una visión andrógina de perfección. Durante los primeros meses de su enlace, los encuentros eran preparados por las esposas, y tenían lugar de manera clandestina, para así forzar el deseo del encuentro y “permitir que los hijos resultantes de cada encuentro sexual fueran más fuertes y estuviesen mejor creados”. Después, eran ellas las que educaban a sus hijos, los futuros espartiatas, hasta los siete años, según la educación que ellas habían recibido. En cuanto a la relación entre los cónyuges, el adulterio no estaba penalizado con la finalidad de que los hombres siempre tuviesen herederos de su klerós, porción de tierra otorgada por el estado. También las mujeres podían poseer tierras, acudir a espectáculos religiosos, participar en los juegos olímpicos… y, de hecho, nunca un hombre se sintió avergonzado de ser vencido por una mujer.
La sociedad espartana atribuía también cierta sentimentalidad más elevada en las mujeres que en los hombres, y a pesar de que no plasma exactamente la realidad histórica espartana el autor Pressfield, en su obra Puertas de fuego, sí que plasma en la figura de Leónidas este lado más humano de los espartanos, que, ante su partida a las Termópilas, reflexiona sobre que las heridas de los hombres son físicas y pueden soportarse, mientras que las tristeza que aflige a las mujeres por la partida a la guerra de sus maridos y sus hijos es muy superior al dolor físico. Un claro ejemplo de mujer espartana se recoge en la figura de la reina Gorgo, la única en ser hija de rey (Cleómenes I), esposa de rey (Leónidas I) y madre de rey. A pesar de que las mujeres, al igual que sucedía en Atenas, no podían intervenir en la vida política, ella se dio a conocer por el hecho de advertir a su padre y a su esposo en cuestiones cruciales en la vida política lacedemonia.

Respecto a la mujer, tanto ateniense como espartana, recoge su visión el autor latino Cornelio Nepote, en el siguiente pasaje, en el cual las compara con las mujeres romanas: quem enim Romanorum pudet uxorem ducere in convivium? Aut cuius non mater familias primum locum tenet aedium atque in celebritate versatur? Quod multo aliter in Graecia. Nam neque in convivium adhibetur nisi propinquorum, neque sedet nisi in interiore parte aedium, quae gynaeconitis apellatur, quo nemo accedit nisi propinqua cognatione coniunctus. (“¿A qué romano, pues, le da vergüenza llevar a un banquete a su esposa? ¿O, su « mater familias » no ocupa el primer lugar de la casa y además está versada en la fama ? Esto ocurre de manera muy distinta en Grecia. Y el caso es que no se la lleva a un banquete a no ser que (sea) de los parientes, ni permanece sentada a no ser que (sea) en la parte interior de la casa, la cual se llama gineceo, a donde nadie se acerca a no ser que esté unido por un parentesco cercano »).

lunes, 20 de mayo de 2013

Garcilaso de la Vega - Apolo y Dafne

A Dafne ya los brazos le crecían,
y en luengos ramos vueltos se mostraban;
en verdes hojas vi que se tornaban
los cabellos que al oro escurecían.
De áspera corteza se cubrían
los tiernos miembros, que aún bullendo estaban;
los blancos pies en tierra se hincaban,
y en torcidas raíces se volvían.
Aquel que fue la causa de tal daño,
a fuerza de llorar, crecer hacía
el árbol que con lágrimas regaba.
¡Oh miserable estado, oh mal tamaño!
¡Que con lloralla crezca cada día
la causa y la razón por que lloraba!