domingo, 4 de diciembre de 2011

El último verano

Volví a las calles de una Valencia destrozada por el incendio tras muchos años deambulando, buscando otro lugar donde pudiera sentirme como en casa, ni que decir tiene, no lo encontré.
Llegué a la que había sido su casa, destruida, convertida en simples piedras caídas. Un solar se alzaba en el que había sido mi lugar preferido de Valencia, el lugar donde cada tarde veía su sonrisa mientras entraba el sol por la ventana y rompía la escarcha que nos envolvía.
En el solar simplemente había un cartel con un escrito que ponía “Se vende” seguido de un número de teléfono. Me adentré en él con la casi nula esperanza de encontrar algo que le perteneciese, algo que hubiese sido capaz de perdurar a las llamas que destrozaron mi vida, y sí, lo encontré, era algo capaz de combatir llamas, vientos y derrumbamientos, algo capaz de marcar un amor en el mundo, un amor que se busca, como las llamas, hasta que se encuentran y se funden un una sola llama hasta que se apaga y ya no queda nada. Ese algo era el reloj que le regalé cuando me dijo que lo nuestro tenía futuro.
En aquel momento en el que tomé el reloj, me di cuenta de que en lugar de conseguir olvidar, como me propuse al salir de Valencia, lo que había hecho era huir hasta que, entrando en mi vejez, descubrí que mi vida carecía de sentido alguno, que mi vida, se remontaba a mis recuerdos, que mis recuerdos eran lo único que me mantenían vivo.
Como era evidente, me quedé el reloj, y me largué de allí, huyendo de Valencia, huyendo de los fantasmas del pasado, y me refugié en mi casa de Albacete, con la compañía de la mujer con la que me casé pero a la que nunca amé.
Me acosté y no pude evitar, coger el reloj y recordar todo lo que juntos vivimos.
Esta es mi historia, la que me ha estado matando todos estos años.
Conocí a Eva el 1 de noviembre de 2034, la conocí por casualidad, en la calle, pues una amiga mía nos presentó. Desde ese momento su mirada me hizo perder la cabeza, me hizo que durante unos meses que pasé sin verla, no parase de buscar esa mirada entre la gente, pero no había ninguna capaz de transmitir esa tranquilidad y necesidad de amor que sus ojos negros me pedían. Dos meses más tarde, me sorprendí al ver a mi amiga en mi casa diciéndome que aquella noche quedara con Eva en la plaza Colón a las diez y media, no me dio tiempo a pedirle explicaciones, pues nada más decírmelo, se largó. Me quedé unos minutos tirado en la cama y mirando al techo sin poder reaccionar, de repente, me levanté y me fui a la ducha. Estaba muy ilusionado, creía que esa sería una noche que nunca olvidaría, y así fue.
Llegué 10 minutos antes, con mis vaqueros favoritos, y una de las camisas que mi madre, cuando aún estaba con nosotros, me decía que eran sólo para días especiales. Al probármela, unas lágrimas invadieron mi rostro causadas por los recuerdos que me vinieron a la cabeza de mi madre, pero pronto dejé de llorar pues pensé que debía estar fresco y feliz para mi cita.
Con dieciocho años nunca había sentido ese sentimiento, y cuando la vi llegar, tan guapa como siempre, con sus pantalones ajustados y su americana negra, mientras sus cabellos se mezclaban con el viento y sus ojos me buscaban, no pude evitarlo, supe que ella era para mí.
Me preguntó el porqué había aceptado la cita sin ni si quiera conocerla, a mí no se me ocurrió nada que responderle, y al cabo de unos minutos en silencio, le pregunté el motivo de la cita. Ella estaba muy nerviosa, lo noté, no paraba de tocarse el pelo o de rascarse la mano derecha. Sabía que si no le decía algo la cita se quedaría en silencios, y lo hice, me lancé, le dije el porqué había acudido a la cita “Eva, yo he venido porque sólo con mirarte una vez, supe que te quería”. Muy cortada me miró, su blanca piel maquillada enrojeció y se acercó más a mí. Estábamos sentados en la hierba mirando a las estrellas, ella me dijo “Yo también te quiero”. Entonces nos besamos.
Pasaron unos meses así, quedando en aquel lugar y hablando sobre nuestras vidas, sobres nuestras penas y nuestras alegrías. Descubrí que Eva no era como todas las chicas de dieciséis años, Eva vivía la vida de forma más profunda que nadie, la vivía pensando, que lo más importante, era dejar huellas de la existencia, pudiendo marcar vidas una vez ya muerta, por eso, Eva quería ser escritora, pues creía en el alma de los libros, creía que leyendo las palabras escritas por cada persona, la podías conocer y llegar a sentir lo que siente. Nunca llego a decirme que éramos novios, no creía en ello, tampoco creía en las Navidades, ni en el día de San Valentín, sólo creía en los libros y en demostrar día a día lo que se quiere a las personas, no en un día en especial, puede que por eso fuera una incomprendida, una persona diferente, puede que por no creer en nada, terminara sólo por creer en ella misma y ser una de las personas más egocéntricas que he conocido. Esas conversaciones sobre lo que seremos después de la muerte, me hacían recordar a mi madre y la tristeza que me causaba su ausencia, y entonces Eva me abrazaba y me decía que mi madre estaría orgullosa de mí, pues era capaz de ayudar a mi padre y a mis hermanos sacrificando mis estudios para ganar dinero para ellos.
Cuando ya llevábamos casi un año quedando, empecé a ir a su casa, a conocer a su familia, a pasar horas mirando el lugar en el que se desenvolvía. El día 3 de enero, me dijo que creía que lo nuestro tenía futuro, y la mañana siguiente yo fui corriendo a la joyería más cercana, y, cogiendo todos mis ahorros, le regalé un reloj de plata en el cual pedí que grabaran nuestras iniciales. Esa tarde fui a su casa y se lo entregué, esa tarde fue otra de las mejores tardes de mi vida.
Parecía que mi suerte empezaba a cambiar, pues un día, al llegar a casa, mi padre me sorprendió, estaba muy feliz, yo no sabía a que atribuir esa felicidad, y entonces me dijo que había heredado unos campos de unos primos lejanos que habían muerto sin descendencia, me dijo que ahora ya no hacía falta que trabajase, que podría estudiar. Me animó mucho la noticia, es más, viendo mis notas de la escuela obligatoria y algunas notas que saque en la universidad de Valencia, me concedieron una beca en la universidad de Madrid, pues sabían mi dominio de las ciencias y mi habilidad para las letras, lo que no me gustaba de esa oferta era tener que separarme unos meses de Eva. Lo hablé con ella y me animó a aceptar la beca, era una gran oportunidad de futuro, me dijo incluso que con el dinero que ganase viviendo de la carrera podríamos irnos lejos, y yo le dije que no, que aunque tuviese todo el oro del mundo, no quería irme de mi tierra. Ella aceptó pero me dijo que la aceptase, que lo hiciera por ellos. Yo acepté.
La noche antes de marcharme, la pasamos juntos, despidiéndonos en el lugar donde quedamos por primera vez. El tren llegó a las ocho de la mañana, en la estación estaban mis hermanos y mi padre. Me despedí de ellos, y de Eva, que había venido conmigo después de una noche en vela recordando viejos momentos.
Todo parecía perfecto, los meses pasaban, yo aprendía, Eva me escribía… Pero como siempre algo tenía que pasar que estropease mi racha.
Estaba mi habitación de la pensión que me cubría la universidad con la beca, abriendo una carta de Eva, cuando mi tutor llamó a la puerta. Me sorprendió y no supe a qué atribuir su visita. Le abrí y me dijo que recogiese mis cosas, que Valencia estaba en llamas y mi familia estaba grave en el hospital. Me quedé paralizado ante aquella información, cogí un par de mudas de ropa, dinero, y la carta aun sin leer y me fui con el primer tren con dirección a Valencia. En mi vagón, abrí la carta y la leí:
“Hola Juan:
Esto de que en la universidad haya que pagar el uso de internet es realmente un asco, pocas son las veces que podemos chatear, pero en fin, me conformo leyendo tus cartas.
Dentro de poco podremos vernos ya que llegan las vacaciones de Pascua, tengo que darte una importante noticia, no te la voy a adelantar por aquí, no sé si te alegrara cuando te la cuente, pero en fin… estoy segura de que dentro de unos meses estarás más ilusionado que yo con la noticia. Para celebrarla he comprado dos billetes para este verano a París, para que podamos recuperar todo el tiempo que estamos pasando separados.
He escrito unas frases, espero que te gusten:
Sólo espero que podamos olvidar todo el tiempo perdido
y que en cada despertar, sepa que aun estás conmigo.
Saber que estas a mi lado, y que al tuyo estoy yo.
Que juntos paremos el tiempo; estando contigo no necesito nada,
nada más.
Quiero dejar todo el pasado atrás
dejar mi vida para cuidar de la tuya
porque sólo fue mirarte y comprender
que todo había cambiado y que no te quiero perder.
No quiero dejar huellas en el vacío
ni sonidos en el silencio.
Todo esto me demuestra que lo mejor es olvidar el pasado y arriesgar, hacer lo que sientes y no lo que debes.
Porque me gusta perderme en tu mirada e imaginar nuevos mundos...
Porque sin ti mis suspiros solamente son tiempo perdido,
porque en tu mirada hay muchas cosas por descubrir,
porque soy capaz de encontrar perfectos tus defectos
y ver luz donde sólo hay oscuridad.
Estudia mucho. Te quiero.”
No entendí a que se refería con “la importante noticia”, y entonces me preocupé más pensando si no sólo a mis padres el incendio había dañado, sino que también a Eva le había pasado algo. La llamé al móvil, pero lo tenía apagado como casi siempre. Recé para que no fuese así.
Al llegar a Valencia me dijeron que toda el ala norte estaba cortada, que solo la zona de la playa estaba aun transitable, se podía respirar el humo del incendio que por suerte, ya había sido reducido. Llegué al hospital donde me habían dicho que estaban mi padre y mis hermanos. Cuando llegué al pasillo esperando al doctor, vi a mi hermano pequeño, me abrazó y no pudo parar de llorar, le pedía alguna explicación pero sus llantos se interponían entre nosotros.
El doctor se acercó y nos hizo pasar a una sala con una mesa de madera al medio. Nos dijo que tomásemos asiento. Le informé de cuanto sabía y él me dijo que había nuevas noticias. Mi hermano se echó a llorar, al parecer cuando se produjo el incendio él estaba fuera de la zona, en casa de un amigo. El doctor dijo: “Siento comunicarle que su padre y su hermano han fallecido mientras llegaba, el motivo ha sido que las quemaduras de tercer grado les han dañado órganos vitales y no hemos podido hacer nada, lo siento.”
Yo también me abracé a mi hermano y lloré, no podía estar pasándome eso, ¡No podía mi suerte cambiar tanto de un día a otro! Mi hermano me miró y me dijo: “Aun hay más… Eva”
Muy nervioso le pregunté que qué había pasado con Eva. El doctor me dijo que Eva estaba también ingresada, que su estado era grave, pero que aún estaba estable. Le pregunté al doctor si podía pasar a su habitación, y me dijo que sí. Llegué a la puerta de su habitación, sus padres estaban fuera. Les abracé y los tres lloramos. No era justo. Le pedí a su madre si podía entrar para estar con ella solo un momento. Me dijo que por supuesto.
La vi y esa imagen nunca la olvidaré, estaba toda vendada, incluso la cara. Había perdido sus cabellos, y sólo sus ojos conservaban la expresividad que habían tenido siempre. La miré y le dije: Eva?
Su voz sonó muy débil, no parecía la suya. Sus últimas palabras nunca las olvidaré.
“Siento lo de tus padres Juan, y también siento lo de nuestro hijo, era esa la importante noticia. Sé que esto se acaba, no lo he conseguido Juan, no he marcado la historia, hazlo tu por mí. Es una pena no pasar contigo el verano. Te quiero, sé feliz.”
Le respondí que yo la quería mucho más, y entonces esos ojos que me habían dado la vida en su momento se cerraron para siempre.
Después de tanta decepción, me fui a Madrid con mi hermano, yo terminé la carrera y también trabajé para poder subsistir. Me había quedado solo, de nuevo, sin nada, solamente me quedaba mi hermano y un motivo para vivir: marcar la historia en nombre de Eva.
Cuando acabé mi carrera de biología, encontré trabajo en un laboratorio de investigación, al fin, tenía un trabajo bien pagado. Ya habían pasado casi 7 años del terrible suceso, y yo lo sentía aún en mi piel.
Hasta el día de hoy no había vuelto a pisar Valencia, y a pesar de que he llegado a casarme, nunca he sido capaz de olvidar a Eva, ni a nuestro hijo que ni llegó a nacer.
Mi hermano, por otra parte, se quedó en Madrid, mientras que yo decidí ir de ciudad en ciudad, dije en su momento que ni por todo el oro del mundo abandonaría Valencia, pero he descubierto que sí por unos tristes recuerdos, recuerdos de cosas que nunca han pasado, como ese último verano en París.
El motivo por el que plasmo esta historia es para hacerla feliz, para marcar su nombre en un libro para que alguien, pueda sentir lo que yo siento al escribirlo.
Ahora miraré el reloj y contaré las horas que me faltan para reunirme con ella.

No hay comentarios:

Publicar un comentario