martes, 6 de diciembre de 2011

escena II "La última mano que tocó mi solo"

ESCENA II:
Siempre se había sentido estúpido, sentía que el mundo pasaba por encima de él y que él no podía hacer nada por evitarlo, era el niño con granos de la clase, nunca sería nadie. Eso era lo que él creía, pero todo fluye y todo cambia, cuando crecieron, los niños de su clase arrojaron a un contenedor su crueldad, le abrieron un hueco en sus vidas, y dejó de ser el tonto a ser alguien a quien muchos admiraban y con quien reían, de hecho llegó a ser el delegado de su clase, cosa que mucha gente celebraba entre risas. Él se sentía en deuda con el mundo, quería vengar su pasado, por eso, ahora que podía, ahora que su mejor amigo era el "dj" más famoso de su pueblo, podía volcarse al hedonismo sin pensar si quiera en lo que debía de hacer. Fueron años de poco estudio, de fiestas, de despertar y verse en camas de damiselas a las que abandonaría a la mañana siguiente, de más fiestas... Cabe decir que tampoco escapaba de los celos de sus compañeros, quienes, por envidia de su vida, un día le intentaron intoxicar (sin demasiado éxito) con laxante. Pero el hecho más significativo de su vida, fue, sin duda, el hecho que marcó su vida y que le hizo sentirse plenamente en el centro de una vida cuya única finalidad sería acumular recuerdos de fiestas y de placer. Era el frío mes de enero, coincidía que tenía una chica a la cual amaba beneficiarse viviendo en su casa ya que su padre, alcohólico, no la dejaba volver a su casa más tarde de cuando se iba la luz del alumbrado público, y, por motivos que ni siquiera él llegó a entender, le dio la vuelta y le bajo violentamente sus pantalones del pijama, ella le gritaba que qué pretendía, pero él únicamente le gritó: "No te preocupes, me lo vas a agradecer entre gemidos". Entonces, él se quitó sus pantalones y se bajó sus calzoncillos usados. Ella le pedía que no lo hiciera, que le dolía, pero al cabo de unos pocos minutos, ella ya invocaba su nombre y él, sintiéndose un gladiador o un grecorromano deformado por una visión no del todo verdadera que se tomaba en sus tiempos en las películas psicalípticas que a él le gustaba ver, y acto seguido, borrar de su historial, gritó desgarradamente: "Ego perculo".
Paralelamente, ese mismo día, en un concierto de un grupo reivindicativo, donde las drogas, el alcohol y el vicio se apoderaban de todos los que se fingían o creían estar involucrados en las causas que defendían sus cantos, pero que, realmente, no eran capaces ni si quiera el 60%, de explicar qué era lo que esperaban de su futuro, dos cuerpos desnudos de dos chicos que en ese momento tenían veintitrés años se encontraron dentro del BMW del más grueso. Ninguno de los dos era homoerótico, pero estaba de moda. No eran aceptados entre sus amigos si no consumían, y, esa noche, estaban ambos demasiado consumidos por la vida y se sintieron tan puramente compenetrados, que no pudieron evitar cuestionarse si el morbo que sentían al imaginarse semejante escena, sería tan placentero como ellos imaginaban. Cinco años más tarde, el más grueso se haría sacerdote, predicaría toda clase de maldiciones sobre el colectivo homosexual (aunque no desperdiciaría ninguna oportunidad de aprovecharse de ninguno de los muchachos a los que compraba con caprichos y chucherías) y se convertiría en el sacerdote con más capital de toda su comunidad eclesiástica. El otro, se haría profesor y anti-eclesiástico. Coincidirían, al cabo de los años, en un mismo centro educativo, y la escena, se volvería a repetir.
Nadie esacapa de ningún vicio, ni tampoco, La Manca del Cid, que también cayó en ese vicio, y que también conoció a todas estas corrompidas personas.

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