jueves, 6 de diciembre de 2012

Autodestrucción

- Usted se inyecta alguna de esas drogas, que yo lo veo desde el balcón.
- El único que se mete droga es usted, por decir todas esas sandeces.
- Usted es un criminal, le roba las esquinas a los españoles de bien para vender esas cosas que tiene ahí, pero ustedes son una mafia, que yo lo vi en el documental de Antena 3 – gritó el señor enfureciéndose.
- No somos una mafia y usted no tiene que gritarme- gritó todavía más el señor que teóricamente era un mendigo.
Y yo decidí irme para no ponerme a llorar por la pena que me da que estén todos perdidos.

- Señora, ¡usted no tiene ni idea de nada! ¡Está senil y no se entera!
- Perdona, hijo… - respondió la anciana a su hijo, quien ya no la aguantaba más desde que quedó parcialmente sorda.
Y yo decidí subir las escaleras para no ver hasta qué limites llega la maldad humana.

- Mira ése, va en silla de ruedas y le chorra la babita – dijo algún ignorante cuya edad mental oscila entre el cero y entre los números negativos.
Y yo me di cuenta de que no había nada qué hacer.

- No quiero saber nada de ella, ahora quiere arreglar las cosas, pero yo no quiero saber nada, se marcho sin mí y no se lo voy a perdonar – me mintió alguien a sabiendas de que mentía ya que es por todos conocido que esa reacción es una consecuencia del seguir amando.
Y yo le besé para que él creyera que confiaba en él, y todavía me aferro a esa mentira para tener algo a lo que aferrarme.

- Sólo quiero saber que no me odias – concluyó alguien que consideraba haberme hecho daño.
Y yo le respondí de la manera más sincera existente que nunca podría decir nada malo sobre él, pero sabía que ya nada volvería a ser igual entre nosotros.

- No te metas con mi familia, que sabrán cuidar al gato, que, por cierto, ya no es tuyo.
Y mi gato murió dos semanas más tarde. Y ayer, caminando, vi a un gatito, y lo acaricié, y no tuve muy claro si el destino se empeña en recordarme mis desdichas o si, simplemente, tengo afanes autodestructivos.

- Eres una persona horrible – me digo a mí misma. Y la cuestión es que no sé el motivo ni el fruto de mi maldad.

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