domingo, 23 de diciembre de 2012

Odisea - H?

Y mientras Odiseo yacía allí desvelado, meditando males en su interior contra los pretendientes, salieron del palacio riendo y chanceando unas con otras las mujeres que solían acostarse con éstos. El ánimo de Odiseo se conmovía dentro del pecho y lo meditaba en su mente y en su corazón si se lanzaría detrás y causaría la muerte a cada una, o si todavía las iba a dejar unirse por última y postrera vez con los orgullosos pretendientes. Y su corazón le ladraba dentro. Como la perra que camina alrededor de sus tiernos cachorrillos ladra a un hombre y se lanza a luchar con él si no lo conoce, así también le ladraba dentro el corazón indignado por las malas acciones. Y se golpeó el pecho y reprendió a su corazón con estas razones:

¡Aguanta, corazón!, que ya en otra ocasión tuviste que soportar algo más desvergonzado, el día en que el Cíclope de furia incontenible comía a mis valerosos compañeros. Tú lo soportaste hasta que, cuando creías morir, la astucia te sacó de la cueva.




«¿Por qué te burlas de mí, si tengo el ánimo quebrantado por el dolor, diciéndome estos extravíos y me despiertas del dulce sueño que me tenía encadenados los párpados? Jamás había dormido de tal modo desde que Odiseo marchó a la maldita Ilión que no hay que nombrar.
«Pero vamos, baja ya y vuelve al mégaron. Porque si cualquiera otra de las mujeres que están a mi servicio hubiera venido a anunciarme esto y me hubiera despertado, seguro que la habría hecho volver al mégaron con palabra violenta. A ti, en cambio, te valdrá la vejez, por lo menos en esto.»
Y le contestó su nodriza Euriclea:
«No me burlo de tí en absoluto, hija mía, que en verdad ha llegado Odiseo, ha vuelto a casa como lo anuncio y es el forastero a quien todos deshonraban en el mégaron. Telémaco sabía hace tiempo que ya estaba dentro, pero ocultó con prudencia los proyectos de su padre para que castigara la violencia de esos hombres altivos.»




Y le contestó la prudente Penélope:
«Querido mío, no me tengo en mucho ni en poco ni me admiro en exceso, pero sé muy bien cómo eras cuando marchaste de Itaca en la nave de largos remos. Vamos, Euriclea, prepara el labrado lecho fuera del sólido tálamo, el que construyó él mismo. Y una vez que hayáis puesto fuera el labrado lecho, disponed la cama pieles, mantas y resplandecientes colchas.»
Así dijo poniendo a prueba a su esposo. Entonces Odiseo se dirigió irritado a su fiel esposa:
«Mujer, esta palabra que has dicho es dolorosa para mi corazón. ¿Quién me ha puesto la cama en otro sitio? Sería difícil incluso para uno muy hábil si no viniera un dios en persona y lo pusiera fácilmente en otro lugar; que de los hombres, ningún mortal viviente, ni aun en la flor de la edad, lo cambiaría fácilmente, pues hay una señal en el labrado lecho, y lo construí yo y nadie más. Había crecido dentro del patio un tronco de olivo de extensas hojas, robusto y floreciente, ancho como una columna. Edifiqué el dormitorio en torno a él, hasta acabarlo, con piedras espesas, y lo cubrí bien con un techo y le añadí puertas bien ajustadas, habilidosamente trabadas. Fue entonces cuando corté el follaje del olivo de extensas hojas; empecé a podar el tronco desde la raíz, lo pulí bien y habilidosamente con el bronce y lo igualé con la plomada, convirtiéndolo en pie de la cama, y luego lo taladré todo con el berbiquí. Comenzando por aquí lo pulimenté, hasta acabarlo, lo adorné con oro, plata y marfil y tensé dentro unas correas de piel de buey que brillaban de púrpura.
«Esta es la señal que te manifiesto, aunque no sé si mi lecho está todavía intacto, mujer, o si ya lo ha puesto algún hombre en otro sitio, cortando la base del olivo.»
Así dijo, y a ella se le aflojaron las rodillas y el corazón al reconocer las señales que le había manifestado claramente Odiseo. Corrió llorando hacia él y echó sus brazos alrededor del cuello de Odiseo; besó su cabeza y dijo:
«No te enojes conmigo, Odiseo, que en lo demás eres más sensato que el resto de los hombres. Los dioses nos han enviado el infortunio, ellos, que envidiaban que gozáramos de la juventud y llegáramos al umbral de la vejez uno al lado del otro. Por esto no te irrites ahora conmigo ni te enojes porque al principio, nada más verse, no te acogiera con amor. Pues continuamente mi corazón se estremecía dentro del pecho por temor a que alguno de los mortales se acercase a mí y me engañara con sus palabras, pues muchos conciben proyectos malvados para su provecho. Ni la argiva Helena, del linaje de Zeus, se hubiera unido a un extranjero en amor y cama, si hubiera sabido que los belicosos hijos de los aqueos habían de llevarla de nuevo a casa, a su patria. Fue un dios quien la impulsó a ejecutar una acción vergonzosa, que antes no había puesto en su mente esta lamentable ceguera por la que, por primera vez, se llegó a nosotros el dolor.
«Pero ahora que me has manifestado claramente las señales de nuestro lecho, que ningún otro mortal había visto sino sólo tú y yo y una sola sierva, Actorís, la que me dio mi padre al venir yo aquí, la que nos vigilaba las puertas del labrado dormitorio , ya tienes convencido a mi corazón, por muy inflexible que sea.»

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