sábado, 22 de diciembre de 2012

Odisea - H.

Cuando hubo realizado esto, marchó Atenea y Odiseo se encaminó a la cabaña. Su hijo se asombró al verlo y volvió la vista a otro lado no fuera un dios, y hablándole dijo aladas palabras:
«Forastero, ahora me pareces distinto de antes; tienes otros vestidos y tu piel no es la misma. En verdad eres un dios de los que poseen el vasto Olimpo. Sé benevolente para que te entregue en agradecimiento objetos sagrados y dones de oro bien trabajado. Cuídate de nosotros.»
Y le contestó el sufridor, el divino Odiseo:
«No soy un dios -¿por qué me comparas con los inmortales?-- sino tu padre por quien sufres dolores sin cuento soportando entre lamentos las acciones violentas de esos hombres.»
Así hablando besó a su hijo y dejó que el llanto cayera a tierra de sus mejillas, pues antes lo estaba conteniendo, siempre inconmovible.
Y Telémaco -aún no podía creer que era su padre -, le dijo de nuevo contestándole:
«Tú no eres Odiseo, mi padre, sino un demón que me hechiza para que me lamente con más dolores todavía, pues un hombre no sería capaz con su propia mente de maquinar esto si un dios en persona no viene y le hate a su gusto y fácilmente joven o viejo. Que tú hace poco eras viejo y vestías ropas desastrosas, en cambio ahora pareces un dios de los
que poseen el vasto cielo.»
Y contestándole dijo Odiseo rico en ardides:
« Telémaco, no está bien que no te admires muy mucho ni te alegres de que tu padre esté en casa. Ningún otro Odiseo te vendrá ya aquí, sino éste que soy yo, tal cual soy, sufridor de males, muy asendereado, y he llegado a los veinte años a mi patria.

No hay comentarios:

Publicar un comentario